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cuadernosbenjamenta

Una cuestión de narices.

Su nariz era tan prominente que podía oler cualquier cosa a miles, a millones, de kilómetros de distancia.


Cuando se hallaba cercano a la orilla del mar era capaz de embriagarse con el dulce olor a tomillo y a azahar que suele desprender el monte en las pálidas tardes de otoño.


Por el contrario, si se encontraba en la cima de la más alta montaña podía sentir el suave aroma de la brisa de sal que desprende el batir de las olas cuando se mezcla con la fina y tersa arena de la playa.

Podía oler cualquier cosa, aún sin estar presente en el lugar en el que acontecían los hechos pues.


Llegó a pensar entonces que aquella nariz, que le dotaba de gran olfato, no era sino un fabuloso don que probablemente un hado, o dios, le había otogado como medio para conseguir un buen fin. Un digno propósito.

Pero con el transcurrir de los años se fue dando cuenta de que aquella singular ofrenda no era mas que un castigo, divino o sobrenatural, que algún ser perverso le había conferido para reírse de él, justamente en sus propias narices.


Y así era, porque a ese humano sólo le era posible deleitarse con aquellos perfumes, aromas, lejanos a él. Aquellos que sólo le hacían memorar sucesos lejanos e inalcanzables sin darle opción a deleitarse con las pequeñas cosas que tenía frente a sí.


Sólo así comprendió entonces que ser feliz se había convertido para él en una cuestión de narices.

Segismundo.

1 comentario

Líder Menard -

De ces hommes qui ne sont qu'un grande geule, un grand ventre, un gran nez. De ces hommes qui sont invalides au contraire.
La nariz es un problema de los ojos, el hombre del relato olía por los ojos, por eso, cuando queremos embriagarnos de un aroma olemos con los ojos cerrados, para no desear lo que las manos no pueden tocar.