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Camino del destierro, de sueños y palabras

Fue siempre hombre soñador y de palabra. Apenas poseía nada. Sólo eso, sueño y palabra. Toda su fortuna se resumía en dos escasos palmos de tierra que le procuraron por un tiempo cobijo y alimento (sueño y palabra).

  

Pero como todo es efímero y nada por defecto es eterno por exceso, una mala cosecha se llevó su maltrecha hacienda en tan sólo nueve días. Por lo que todo lo que le quedaba entonces no era más que eso, sueños y palabras.

  

- La tierra ya estaba muerta, Jimena. A la tierra ya no le quedaba nada. Era un sueño sin palabras.

  

Y así estas fueron justamente sus últimas palabras antes de emprender el camino hacia su sueño.

  

También hizo una promesa, de sueño y de palabra:

  

- Muy pronto estaremos juntos, mi amor, y nuestras dos hijas vivirán como reinas allá donde yo vaya con mi sueño y mi palabra.

  

Es cierto que no se fue solo en su destierro, es cierto: le acompañaron un primo hermano suyo y unos sesenta nobles hombres hechos también de sueños y de palabras.

  

Y así partieron juntos, sin nada entonces. Sólo con eso: el sueño y la palabra.

  

Simplemente, dijo él, y le siguieron todos, el azar, la determinación o la providencia se encargaría de arrastrarles por un camino de olas hacia otro nuevo puerto con ese digno sueño y con esa noble palabra.

  

Nadie salió a recibirle. Aunque las gentes que le vieron llegar lloraron y se apiadaron de su alma. Sólo una niña de nueve años, como su pequeña, se sentó a su lado mientras le velaba sus sueños y atendía sus palabras.

  

Después, todo fue difícil; pero fue. No vistió, ni durmió, ni comió como el resto; hasta que pudo hacerlo. Justamente, llegado ese momento, Jimena recibió una carta con tres pasajes; y sobrevoló junto a sus dos hijas, ya reinas, el mar por donde el hombre soñador y de palabra había navegado sólo provisto de eso: de sueño y de palabra.

  

Y Jimena comprendió entonces que el sueño era el camino. Y el camino, la palabra.

SEGISMUNDO MÍO.         

1 comentario

Odradek taimado -

Dicen que de un espadazo cortaba por la mitad a cuarenta moros. Pero no sabían que la espada era en realidad una palabra, y en realidad los moros eran sueños. De cómo abrazó al león que tanto asustaba a los castellanos habrá de dar cuenta el muy suyo Segismundo en otro momento.