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Sin embargo

Pues soy un hombre completamente normal. Normal de la media estadística, incluso. (No sé, por cierto, por qué todos mis escritos resultan tan biográficos, como si me interesase especialmente por mí mismo, o porque no tengo capacidad suficiente para la ficción, o porque encuentro la ficción integrada más bien en cada día y cada cotidiano). 

Normal de estadística, insisto. Español residente en España, como la mayoría, madrileño residente en Madrid, como tantos, varón de cuarenta años, como la media. No estoy en ninguna minoría explotada ni favorecida, ignorada o considerada, discriminada positiva o negativamente: no soy inmigrante, ni homosexual, ni mujer, ni parado de larga duración. No soy joven ni viejo, luego no tengo ni pensión ni derecho preferente a concursos de vivienda pública. El Instituto de la Mujer me ignora, el Inserso también. Para la Seguridad Social soy más un cotizante sólido que un paciente caro o un receptor de subvenciones o pensiones. No soy suficientemente rico como para evadir impuestos con empresas ficticias, ni tan pobre como para no tener que pagarlos. Soy, como la mayoría, de clase media, y, como tantos, provengo de familia humilde; familia que no es ni de Madrid de toda la vida ni de provincias. Estoy casado, como muchísimos, tengo la media de descendientes, es decir, una hija. Mi trabajo es normal, de nómina normalita, y mis apuros a fin de mes son los mismos que los de tantos y tantos. Coche de precio y edad media. Peso normal. Fumador, como muchos. Colesterol alto, como exige la descripción prototípica del prototipo de varón de mi edad. Deporte, poco. Comida, dieta mediterránea quizá demasiado grasa. Aspiraciones, las normales: ganar un poco más, tener más tiempo para los míos, sueños de aventuras sexuales de las que huiría si pudiesen realizarse, mantener la salud, que nadie muera demasiado pronto, poder hacer una escapada a Menorca... 

Ni proamericano ni prosoviético. Ni nacionalista ni centralista. Como la mayoría. Ni taurino ni antitaurino. Como profesor, ni duro ni blando; más bien amable, intento hacer bien mi trabajo, es decir, como casi todos. Ni me consideran especialmente en mi empresa ni prescindirían de mí sin meditarlo cinco minutos. Mis amigos me quieren, como es normal. Coqueteo con el sexo opuesto lo típico. Soy fiel por pereza, como casi todos, supongo. Nunca saldré en anuncios de organizaciones no gubernamentales que defienden los derechos de nadie. Saldré, más bien, en los de consumo medio. No saldré en los periódicos, a no ser como firmante de una breve carta al director. Mi voto nunca será decisivo. Putearé poco, lo justo, a los pocos que en alguna ocasión dependan de mí. Bebo poco alcohol. Mi visa está explotada lo suficiente. No tengo coche de empresa. Tengo acceso a internet en casa, como la mayoría del hombre occidental de mi edad. Navego por donde todos. Miro el correo electrónico habitualmente. He visitado seis o siete países europeos y uno allende los mares; estuve de viaje de bodas en Canarias; normal, pues. 

Para los ignorados del planeta, pertenezco a la clase occidental pudiente y explotadora; para los dueños del planeta, pertenezco a esa clase media que hay que exprimir. Alienante y alienado, por tanto.

Sin embargo, no me gusta el fútbol, me abstraigo con facilidad, amo de manera concreta, específica, intensa y renovada cada segundo, disfruto intensamente de conversaciones, de silencios, de palabras escritas (leídas o producidas), me voy con la música cuando quiere secuestrarme, me opongo a la muerte de cualquiera con todas mis fuerzas y mis desesperaciones. Y comprendo lo incomprensible. 

Es decir, me gusto.   

Pequeño Odradek

1 comentario

Segismundo -

Sin embargo, PUES. PUES, sin embargo...



Sin embrago,
PUES,
a nadie haces mal,
y nunca causas daño
–o embargo-.
Divino es tu conjunto.
Y soñamos contigo los soñadores:
los que vivimos en sueño la vida,
y creemos que “la vida es sueño”.
Sueño mío eres.
Y soñando,
incondicionalmente,
te quiero,
PUES,
sin embargo