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Informe Documenta XII Kassel

Hay, sin embargo, todavía arte. Estuve hace unos días en la Documenta XII, en Kassel. Con pocas esperanzas. Creí ir para encontrarme una vez más con la vacuidad de tanto arte moderno, con tanta pose y tanta palabrería. Parece como si, cada vez más, cada artista hiciese la estupidez que le diese la gana; basta con que encuentre quien lo exponga y quien lo comercialice adecuadamente; ya se encargará algún crítico o algún profesor de Estética de redactar un texto igualmente hueco que aparentemente lo legitime. Mierda a raudales; una metamorfosis más del mercado, pues. Y, sin embargo, hay todavía arte. Y belleza. Fue primero la belleza del viaje en tren. Alemania es verde oscuro. Árboles sin pausa en los bordes de los raíles, árboles sin pausa a lo largo de los arcenes de las autopistas, bosques que hacen comprender los cuentos en los que los niños se pierden. Y gestos. Las caras de quienes viajan, las caras en camino. Es decir, las caras de estar vivo, es decir, de paso, al paso. Y las despedidas y los encuentros en los andenes: nada más bello. Los horteras que prolongan los adioses durante horas a esa vieja pintadísima. La niña vestida de domingo para recibir a mamá. Abrazos largos, y después, otra vez, la cara de viaje, la cara de espera, de ir de paso, esa situación tan propia del ser humano en la que no tiene más que estar esperando, pensando (sinónimos).  Fue después la entrada en el Museo Fridericianum. Una entrada llena de espejos para que se viesen a sí mismos los visitantes; espejos situados justo donde antes se ubicaban los retratos de los artistas. Y, después de algunas salas imprecisas, en un espacio un tanto pequeño, un armazón grande de maderas y cuerdas, un tendedero bestial, muchas cuerdas formando cuadrados y ropa tendida en ellas. Entraron, de pronto, diez o doce mujeres jóvenes (por qué solamente mujeres...) e iniciaron un baile perfectamente sincronizado, con movimientos suaves, lentos, tensos; se fue apagando la música y el baile seguía, en tres de los cuatro lados del cuadrado de cuerdas y ropa, con la misma armonía, la misma simultaneidad, la misma belleza. Salieron, al finalizar los movimientos, todas las mujeres simultáneamente, y volvieron a entrar con guantes para dedicarse, de manera lenta y segura, a afianzar las cuerdas del tendedero. Hecho esto, se van, y entran tres mujeres nuevas que, despacio, con elegancia y armonía y un poco de rigor, se suben al tendedero, van tomando posturas imposibles e introducen brazos y piernas en la ropa tendida hasta quedar colgadas. En medio de un silencio espeso. Me abandoné, así reconciliado gracias a esa ropa tendida, a pasear abierto por el resto de las salas y el resto de los museos. Un letrero realizado con metales incandescentes decía: nos pasamos la vida buscando objetividad y no encontramos más que objetos. Lógico. Erótico, incluso. En la sala Beuys de la Neue Galerie, al acercarte a un cuadrado pequeño quedaba tu propia sombra proyectada sobre él, y solamente entonces se leía: has venido hasta una pequeña ciudad del centro de Alemania solamente para leer la palabra arte escrita en la pared bajo tu sombra. Quizá ciertamente el arte consiste solamente en lo que leemos como tal bajo nuestra sombra. Y esa sombra nos permite y nos impide a la vez leerlo.  El director de la Documenta, Buergel, en sus presentaciones, dice que la paradoja del arte moderno es que solamente puede vivirse si se acompaña del discurso teórico, de la reflexión o, al menos, del debate. Una dependencia tan absoluta del objeto artístico con respecto a la reflexión implicaría, sin embargo, creo, que 1) o bien la obra de arte sobra, o 2) el director de la Documenta está poco dotado para la experiencia estética. Esta última opción no me parece probable, pues su trabajo es bueno; más bien, puesto que en estos días leo la estética de Theodor Wiesegrund, me temo que el director en cuestión se ha creído lo que Adorno decía: que no hay inmediatez en la experiencia estética. Este libro, por cierto, está lleno de frases grandiosas (en una prosa insoportable, ciertamente), pero incluso éstas agreden: está lleno de sentencias, de órdenes y de exclusiones. Anhelo el estilo de los franceses. Deseo con ansia un libro de estética que no coarte, no sentencie y, sin embargo, diga. Queda una (im)posibilidad que se deduce del comentario de Buergel: si fuese cierto (y no lo es) que el arte moderno no puede experimentarse sin reflexión o discurso, entonces es que la escritura ha suplantado definitivamente al arte. Pues eso que algunos llamamos escritura será el único discurso (si es que es discurso, y no lo es) adecuado (si es que algo es adecuado, y no lo es) para acompañar a la obra de arte, si no para suplantarla. Y siempre que resulten discernibles (y no lo son). Anoto aquí tres ideas para cuando me encarguen dirigir la Documenta. Una: el Documenta Halle estará dedicado a la belleza natural, no al arte; allí abriremos vanos en los muros con marcos de cuadro a través de los cuales se verá la calle; pondremos, quizá, un andén de estación de tren con saludos y despedidas; y habrá seres humanos desnudos a los cuales se les podrá contemplar y tocar. Dos: en el Fridericianum dejaré salas vacías; otras estarán dedicadas a la pintura sobre lienzo más tradicional; en todas partes pondremos mesas, sillas y cafeteras para que el museo deje de ser ese espacio estéril y esterilizado en el cual nadie puede sentirse tranquilo; que la gente dormite o charle largo y tendidos; y se podrá tocar todo. Buena parte de las obras de arte se expondrá en los tranvías de Kassel. Tercera: en la Aue construiremos un laberinto y haremos que la gente se pierda; nadie estará seguro de haberlo visto todo, a veces pasarán mil veces por el mismo sitio... El anhelado centro del laberinto, al cual todo el mundo querrá llegar, estará en ruinas. 

Todo lo cual pongo en conocimiento y en sensibilidad del egregio Ménard, del (ex)doliente Segismundo, de la muy añorada Aura, de la doblemente ausente Rachel, de la suave Fangiulla, de walkirias, hijos y otros apéndices, de todos, en fin, quienes se unan a este laberinto, con el fin de que, llegado el momento, una placa atornillada en Kassel diga adecuadamente "El Instituto Benjamenta estuvo aquí, siempre estéticamente insatisfecho".

Odradek esteta

1 comentario

Segismundo -

Bello, Odradek. Bello y naturalmente esteta será, pues. E iremos desnudos. Y hablaremos largo y tendidos mientras nuestras siluetas llenas de vacío se mezclan súbitamente; se abrazan haciendo el amor con cualquier persona, hecho o cosa que sin previo aviso haya creado el que crea. Y engendraremos allí una nueva obra, la nuestra: El abrazo de las sombras.