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La felicidad era una equivocación

"A juzgar por mi experiencia, debo decir que lo que convierte a muchos solteros en fumadores empedernidos se debe más a la falta de reflexión que al egoísmo. En cuanto un hombre se casa, sus ojos se abren a innumerables comportamientos que ante ignoraba, entre ellos, el placer de adornar la salita con una nueva pieza de mobiliario cada mes y del poseer un dormitorio en rosa y oro cuya puerta permanece siempre cerrada. Si los hombres se pararan a pensar que cada puro que se fuman podría comprar parte de un taburete forrado en color terracota para el piano, y que por cada lata de tabaco consumida se va un jarrón para cultivar geranios muertos, a buen seguro vacilarían. Sin embargo, no se para a pensarlo hasta que se casan, y luego, no tienen más remedio. Por mi parte, no consigo entender por qué a los solteros se les debe permitir fumar cuanto quieran cuando a nosotros se nos impide.

El solo olor a tabaco es abominable, puesto que es imposible eliminarlo de las cortinas, y la existencia no es muy placentera a menos que las cortinas se mantengan en perfecto estado. En cuanto al puro de después de la cena sólo sirve para hacer de ti un ser aburrido y somnoliento, poco predispuesto a participar en las actividades de las damas. Una manera mucho más agradable de disfrutar de la velada es pasar directamente de la mesa a la salita a escuchar un poco de música. Escuchar a la sobrina de tu esposa cantar “Oh, cuanto tú yo nos arrullábamos” relaja la mente. Incluso si no tienes oído para la música, como es mi caso, son innumerables los aspectos de la salita que producen sosiego. Están los abanicos japoneses, bellos objetos donde los haya, aunque tu gusto artístico no esté suficientemente educado para apreciarlos a menos que alguien lo indique, y es agradable sentir que se compraron con un dinero que, en los insensatos viejos tiempos, se habría malgastado en una caja de puros. De manera similar, cada bonita fruslería de la habitación invita a recordar lo muy sabio que eres ahora respecto a tiempos pasados. Incluso resulta gratificante permanecer, en verano, ante la ventana de la salita viendo pasar a los cocheros con un puro en los labios. Aunque, si estuviera en mi mano promulgar las leyes, prohibiría que la gente fumara en la calle. Si son hombres casados se están fumando las pantallas de las chimeneas de las salitas y los tapetes para las repisas de los hogares de las habitaciones rosa y oro. Si son solteros, es un escándalo que se queden siempre con todo lo mejor.

Antes fumaba, aquéllos días de egoísmo han terminado, y puedo ver que, aunque eran tiempos felices, la felicidad era una equivocación”

[James Mathew Barrie, Lady Nicotina]

Sobre-vivir

Anuncio, mediante ese título seguramente plagiado por lo evidente del juego morfológico, una reflexión sobre la inviolabilidad de leyes que no deben cumplirse desde el punto de vista de la voluntad del sujeto pero que se acaban cumpliendo en los intersticios que deja la voluntad que no puede estar todo el día ajetreada y omnipresente mirando si el tipo al que está adscrita respeta lo que dice que va a hacer, etc., es decir, se trata de un texto para la mayoría de los momentos.

La ley que proclamo se puede describir mediante estos tres enunciados que relacionan la edad y la actitud ante la vida:

1. Juventud; relativismo.

2. Madurez; determinismo.

3. Senectud; providencialismo.

Me gustaría hacer notar, en primer lugar, que la edad corresponde estrictamente a la edad biológica y que no tiene que ver con la edad mental o espiritual que es una de las grandes mentiras que a fuerza de contarse y repetirse acaban por ser creídas por todos, generando especímenes que con 50 años se tiñen el pelo o andan en moto haciendo ruido o practican deportes de riesgo, o, caso extremo, emplean un vocabulario de todo punto extemporáneo e intempestivo a su condición biológica.

La ley es nítida, no tiene mayor misterio.

En los inicios de la conciencia y la reflexión el sujeto se muestra relativista, esto no corresponde a una actitud humilde o empática por su parte, sino todo lo contrario. El sujeto considera que es capaz de entenderlo todo y no sólo eso, sino que además es capaz de ponerse en el lugar de cualquier otro, de tal modo que su perspectiva del mundo es amplísima. Esto es así, visto desde otras etapas de la vida, porque el sujeto conoce apenas una brizna de la hierba y considera que todas las flores son síntomas de una planta sana y jubilosa, que todas las flores están ahí meramente para ser contempladas y que tomarlas es una usurpación de lo que debería ser un bien común. Esta fase es meramente lingüística, las cosas son palabras y la suma de la comprensión de cada palabra da lugar a un campo semántico amplio como el mundo. Dueño del lenguaje el sujeto se siente dueño del mundo. Acerca de las frases que es posible construir el sujeto apenas se pronuncia, de hecho, si conoce alguna frase la trata como si de una palabra se tratara.

Con posterioridad el sujeto se percata de que el mundo, como si de una extensión de la naturaleza se tratara, tiende a repetirse en lo peor que tiene; muchas de las perspectivas son reducidísimas y bajo la brizna no hay más que lodo o basura. El sujeto se siente engañado en muchas ocasiones porque aprovecharon su relativismo aquellos que no eran relativistas. El mundo se repite y eso significa determinación. Las deliciosas mujeres se convierten simplemente en mujeres y comienzan tras la maternidad a confundir el nombre de su hijo y a citar otros antes de dar con el apropiado o bien a convertir en metaconversaciones aquellas conversaciones donde no llevan razón. Los hombres comienzan a desentenderse de las nimiedades y limpian la casa y atienden a los hijos y todo eso pero no saben si hace falta jabón para el baño o si falta crema para la cara del niño. Los padres no son comprensibles y los hijos mucho menos, etc.

Esta fase produce una gran pena pero una buena seguridad. Predecimos con facilidad lo que va a suceder. El sujeto tiende a la humildad porque él mismo se reconoce en las predicciones y, si hace un esfuerzo por saltárselas, se percata de que está yendo contra natura y que el gasto de energía y voluntad se incrementa hasta límites insospechados. Aquí empieza a jugar la literatura, no sólo el lenguaje. Las palabras dan lugar a las historias que, no obstante, se comportan como una sola palabra. Toda la historia de esa mujer cabe en la palabra mujer; toda la historia de ese hombre en la palabra hombre. El campo semántico se reduce a pares de opuestos: hombre-mujer, profesor-alumno, poderoso-honrado, y así toda una serie de términos que definen de una vez para siempre el mundo.

Pero hete aquí que el mundo se convierte entonces en un puré gigante, en una masa espesísima en la que no cabe avanzar y un invierno eterno se cierne sobre los hombres y las mujeres. ¿Qué margen cabe en el futuro? Uno mira a su padre y sabe que él es el futuro de esos ojos y de esas manos, que su padre es la memoria que llegó antes que el hijo mismo y que el hijo reproducirá. Para sobrevivir uno agudiza los sentidos y espera encontrar con los ojos entrecerrados y toda su capacidad de concentración puesta al servicio del mundo algo que se salga de la rutina, de ese ciclo que va y viene. Lo va encontrando pero sin esperanza, uno descubre entonces que la estupidez es infinita y la mediocridad también. El mundo no es predecible porque, citando a Cipolla, el estúpido no actúa conforme a una ley o norma, actúa por actuar, habla como quien tararea una canción. Así que el determinista descubre en la voluntad de los hombres un impedimento para la tranquilidad (de la felicidad hace tiempo que se olvidó) y clama por una voluntad superior que juegue con este mundo y distribuya la estupidez como la excepción que hace el mundo trepidante e interesante.

Llegado a este punto el sujeto se hace providencialista, es decir, cree que todo lo que acontece puede delegarse en una voluntad superior a la que sólo cabe esperar. El mundo se hace literario y el sujeto, si alcanza la sabiduría y no se resiste a lo que le sucede lo toma como piezas de un juego del que ignora las reglas. El sujeto se sienta a leer y decide dejar de escribir y predecir, al cabo, lo natural es leer.

Así llega la aceptación de la estupidez y la fealdad y el poder, así llega la tranquilidad y la sorpresa reunidas.

Así llega la muerte. 

 

De profesión aprendiz ignorado

«Mientras prepara sus clases de comunicación, revolotean en su cabeza frases, melodías, fragmentos de canciones de esa obra todavía no escrita. Nunca ha sido ni se ha sentido muy profesor; en esa institución del saber y, a su juicio, emasculada, está más fuera de lugar que nunca. Claro que, a esos mismos efectos, también lo están los otros colegas de los viejos tiempos, lastrados por una ecuación de todo punto inapropiada para afrontar las tareas que hoy día se les exige que desempeñen; son clérigos de una época anterior a la religión.

Como no tiene ningún respeto por las materias que imparte, no causa ninguna impresión en sus alumnos. Cuando les habla, lo miran sin verlo; olvidan su nombre. La indiferencia de todos ellos lo indigna más de lo que estaría dispuesto a reconocer. No obstante, cumple con las obligaciones que tiene para con ellos, con sus padres, con el estado. Mes a mes les encarga trabajos, los recoge, los lee, los devuelve anotados, corrige los errores de puntuación, la ortografía y los usos lingüísticos, cuestiona los puntos flacos de sus argumentaciones y adjunta a cada trabajo una crítica sucinta y considerada, de su puño y letra.

Sigue dedicándose a la enseñanza porque le proporciona un medio para ganarse la vida, pero también porque así aprende la virtud de la humildad, porque así comprende con toda claridad cuál es su lugar en el mundo. No se le escapa la ironía, a saber, que el que va a enseñar aprende la lección más profunda, mientras que quienes van a aprender no aprenden nada». J.M Coetzee, Desgracia.

Inocencia

Más y más me percato de mi desconocimiento sobre vivir.
No sé.
Puede que haya entrado en un proceso de regresión y quiera volver a las miradas furtivas y los encuentros imaginarios de antaño propios de esa inmadurez que me acompaña.
Siempre que entre sus interlocutores se dé una intención maligna, las relaciones humanas están condenadas al fracaso. Y, de hecho, abunda el hambre interesada de retorcidos que no distingue sueldos y profesiones.
Pero no soy de temer. Ni siquiera mínimamente nocivo para la salud de quienes me rodean. Fácil de engañar, carente de espíritu competitivo a fuerza de esperas y del privilegio mismo de la carencia... Ignorante del miedo a pecar y de existencias divinas.
Resulta contradictorio pero tanto silencio me exime de culpas y me devuelve al principio.
¡Bendita inocencia!

Aura.

Silogismo de la memoria

Premisa 1: No te vas porque aquí quedan tus manos y algún gesto que acarreo y a buen seguro transmito.

Premisa 2: No te quedas porque esa nariz y ese pelo y ese modo de mirar de reojo no nos han sido dados.

Conc: ¿Por qué no irse o quedarse de una vez por todas?, ¿cómo hacerse cargo de esta levedad sin ira y sin culpable?

Corolario: Me pregunto cómo te recordaré, ¿qué palabra o qué frase resumirá todas esas imágenes dispersas?

 

Di-soluciones

Se caía en cada hoja una línea. Cada vez era más difícil seguir la lectura, a veces se encogían las páginas o se doblaban sobre sí, las notas al pie se ponían a la cabeza, al tomar la esquina de una hoja para pasar a la siguiente se sacudían las letras, se desordenaban y sentías la implacable necesidad de volver atrás para fijarte en lo nuevo que había sido escrito (por quién?). Pero lo peor eran las líneas caídas. Las podía ver desmoronándose, a veces cayendo despacio, lentamente, descomponiéndose y deconstruyéndose de forma suave, casi amorosamente, perdiéndose en vaya usted a saber qué abismos. Y me sentía caer con ella, desmoroamorándome poco a poco (otros traducirían demoroamorándome), disolviéndome por fin pero de mentira y escapando de este mundo sin epicentro como si me revolviese entre los márgenes inseguros de una página insegura que no logra sostenerme más.

- ¿Fijará el amor la línea? Demasiado, quizá.

- Mejor intenta hacerte eterno con otra cosa.

Pasatiempo invernal: los repetidores.

A nadie le pareció mal que gastáramos la infancia y la adolescencia leyendo y escribiendo. Lo vivían como un motivo de orgullo si eran familiares y como una prebenda, como una hospitalidad, si eran amigos. Leer y escribir resultaba entonces inofensivo.

Cuando hubimos de elegir carrera universitaria y nos lanzamos, a pesar de nuestra inteligencia y de nuestras calificaciones, a unos estudios humanísticos, algunos compañeros, técnicos y tecnológicos, nos exhortaron a que estudiáramos algo con futuro. Al fin y al cabo decían, siempre podríamos seguir leyendo y escribiendo en nuestros ratos de ocio, eso nos haría humanistas en medio de nuestro trabajo técnico. Leer y escribir es, al fin y al cabo, decían, un digno pasatiempo.

Después vinieron los estudios en la universidad y leer y escribir se convirtió para los demás en una gran inversión que daría sus frutos.

Para quien lee y escribe, los textos, son como las secreciones glandulares, no pueden evitarse. Pero los demás empezaron a preocuparse y cuando llegó el momento de buscar un trabajo nos pidieron que dejáramos de leer y de escribir a ese ritmo, que nos dedicáramos a cosas productivas y serias, porque, al fin y al cabo, leer y escribir eran pasatiempos. Como en esos persuasivos momentos en que creemos haber vivido lo que está sucediendo, nos percatamos de que los juicios se repiten como se repite el invierno sin que podamos evitarlo. Nos resistimos y tratamos de defender nuestra lectura y nuestra escritura explicándoles que no se trataba de un pasatiempo sino de una noble actividad de nuestra formación. Los demás dieron en pensar que éramos una suerte de alumnos repetidores, que necesitan mucho más tiempo para entender lo que otros cogen a la primera. Otros pensaron que nos habíamos convertido en diletantes que sabían por saber, por no saber parar.

Para todos nuestra actividad es un pasatiempo.

Lo he pensado bien y tienen razón, así es como me veo ahora:

Leer y escribir es eso, no sé por qué no les di la razón antes; lo único a lo que quiero dedicarme es a eso:

Ver cómo pasa el tiempo mientras a los demás el tiempo les pasa por encima como una apisonadora.

Silogismo del amor y la escritura.

Premisa 1: No pude darte la bienvenida porque andaba absorto en una despedida.

Premisa 2:Ninguna llamada para mí.

Conc 1: Era infantil esperar ver todas las distancias reducidas por una simple llamada.

Conc 2: Ninguna flecha alcanza su objetivo sin herir la mano del que la deja ir.

Corolario: Las palabras son por naturaleza frías. Escritores tibios son las que las soban y resoban hasta que pierden su frío y su crudeza.

 

 

Historia casi feliz

Fuimos los pioneros de una región inhabitable en la que la belleza barata de las casas se veía amenazada por poderosos vientos y por cardos rodantes que se desplazaban por las calles como vigilando, esperando que falláramos y saliéramos desprevenidos para arrastrarnos.

En una ocasión practicamos el siguiente juego: nos apostamos dentro de una gran zanja que habían excavado años antes para inspeccionar las características del terreno donde construyeron nuestras casas. Al fondo de la zanja, a la que se podía acceder por una rampa, se amontonaban cardos redondos y arrancados que el viento había conducido a aquel callejón sin salida. Soplaba un viento terrible, la primavera se iniciaba. De vez en cuando un cardo conseguía salir de la zanja y se disparaba en cualquier dirección, arrastrado por el viento enloquecido de la tarde.

El juego consistía en lo siguiente: cada uno disponía de un turno. Llegado tu turno debías correr detrás del cardo que conseguía escapar de la zanja. Lo planteamos como un juego pero en realidad queríamos escapar de nuestra vidas de niños sin recursos, sin esperanza, sin alegría. Mi hermana tenía uno de los primeros turnos. Cuando llegó el momento salió disparada de la zanja y vi su pelo recogido que el viento no podía alterar. Corrió y corrió, se alejó mucho de la urbanización, tanto que ya no la podía ver, estaba en medio del campo y su cardo no paraba de avanzar. Entrevió otra ciudad al fondo, vio algunos edificios altos y una nube parada encima de la ciudad, una nube de algodón, me dijo. Su cardo corría ya sin rodeos, directo a la ciudad, mi hermana dejó de sentir el cansancio. De repente el cardo se paró, en medio del prado, a pesar de que seguía soplando un viento terrible. Mi hermana esperó más de una hora, hasta que se fue haciendo de noche.

Yo regresé a casa sin que mi turno hubiera llegado. Mi hermana no estaba y me preguntaron por ella. Está bien, les dije a mis padres, está mejor. Se asustaron con mi respuesta y me preguntaron con mayor firmeza. Después de comprobar que yo no les diría nada, cogieron el cohce y se fueron a buscarla. Regresaron cuando mi hermana ya había llegado. Era muy tarde, de madrugada cuando sonó la puerta y vi a mi hermana, cansada, decepcionada.

-Se paró, me dijo.

No supe qué decirle. Cuando regresaron mis padres ella estaba dormida en el sillón. De algún modo ellos supieron que Eva no había vuelto, que se había quedado enredada en algún sitio del que no podrían rescatarla. Quizá por eso cuando dos años después se largó con un hombre mucho mayor que ella, dejando los estudios y a nosotros, nadie osó seguirla, como si hubiera terminado un viaje que había comenzado mucho antes, en aquella tarde ventosa y sonora.

La idiotez y la escritura.

Para qué vamos a negarlo si somos idiotas, si a nuestro alrededor se van distribuyendo los dones y los presentes sin que merezcamos, salvo por compromiso o por evitar ver nuestros ojos de idiotas fijos en sus rostros. Vamos por el mundo sin fijarnos, con una tristeza de idiotas que sólo se enciende con el espectáculo de una araña en su tela, de un café cuya espuma no puede sostenerse así por mucho tiempo o bien una gota que cuelga del tubo metálico de una barandilla. El resto, la mujer o el marido, los hijos cuando se hagan mayores si no tienen la desgracia de ser idiotas, avanzan en el mundo y nos miran como a una suerte de incapaces que no lograrán nada salvo terminar por fin de pegar el pelo a una pelota de pinpon a la que en una ocasión, y aprovechando los socavones que la recorren, pintamos dos ojos y dos coloretes y entonces no se nos ocurrió nada salvo que no podía estar así, desvalida en el mundo y sin pelo. Seguirán los demás acumulando favores y como tenemos mala memoria se nos olvida rápidamente la ley que lo rige todo y que fue enunciada por Cervanes."Se premia primero el favor y luego el mérito". Alguien añadió a esto: "Si Cervantes hubiera estado vivo, el primer Premio Cervantes se lo habrían concedido a Lope de Vega. No nos acordamos y como idiotas tenemos mala memoria porque la tenemos pegada a la piel y al gusto, recordamos una mano que nos tocó la cara en una ocasión, sin cólera ni desánimo, una mano cotidiana cuya huella no podemos borrar.

La pregunta más acuciante es por qué nos dejan seguir en su mundo, si nos consideran idiotas, si lo somos, de hecho, por qué no terminan de aniquilarnos y de ponernos al margen. Ningún idiota llega muy alto pero ninguno termina en el lodo si no es porque no puede soportar esa situación intermedia a la que nos condenan. La respuesta a por qué nos dejan seguir entre ellos responde a muchos factores, algunos de ellos están recogidos en este texto impagable de Manuel Vázquez Montalbán:

«Ante la subnormalidad específica de los intelectuales artistas de la palabra o de la forma, la reeducación por el trabajo ha sido el gran recurso de la sociedad caldea. Hubiera podido crear un justo sistema de becas, de pías becas concedidas a hipersensibles, precisamente por ser hipersensibles. De esta manera hubiera creado una cultura igualmente marginada pero inofensiva, como ocurría en el régimen de mecenazgo. Pero el utilitarismo obligó al caldeo a adoptar medidas en consonancia con su lógica y creó ver en el trabajo mercantil-intelectual una equivalencia al subnormal-engancha-etiquetas a partir del producto natural de la saliva, en este caso, incluso a la predisposición regante ya de por sí natural en el individuo-ejemplo mencionado. Dentro de la arbitrariedad de la división del trabajo, el del intelectual especulativo o el del artista era una expresa confesión de subnormalidad. El mayor empeño del burgués hacia su intelectualado ha sido encontrar formalizaciones plenamente mercantiles, aptas para el estuchado en serie y la etiqueta con el precio. De esta manera, sin ser rentable el negocio de la cultura como lo pueda ser el de la industria automovilística, ha permitido en cambio el desarrollo de ciertas fortunas medias, incluso saneadas, y el empleo, más o menos pleno, de un buen reducto de subnormales convertidos en profesionales de la cultura publicista o minoritaria.» [Vázquez Montalbán, Manuel, Escritos subnormales]

Lo público

Prometimos que seríamos una comunidad secreta en medio del bullicio. Nuestro secreto no está cifrado en palabras clave: cualquier miembro del Instituto Benjamenta de Patafísica entiende en estos textos lo mismo que cualquier no iniciado. Nuestro secreto no es una exclusividad de pertenencia: nada nos distingue de los que no están advertidos. Nuestro secreto, lo que nos hace tan temibles para otros, es que somos públicos, andamos entre los demás y si es imposible detectarnos es porque nuestra comunidad siempre está a punto de dejar de serlo, se disemina sin culpa y rebrota durante apenas unos instantes.

Algunos poderosos han sospechado y arrancaron el cartel que habíamos colocado en la puerta de nuestro cubículo como jovialidad y bienvenida. Lo arrancaron sin culpa, haciendo lo que tenían que hacer. Reconocemos en ellos a miembros conversos del Instituto que han olvidado que olvidaron a sus antiguos amigos. El poder no es el Instituto Benjamenta.

Ninguna comunidad lo es sin estar a punto de dejar de serlo. Dejar de ser lo mismo que se es. El paso entre uno y otro estado no implica ninguna catarsis, ninguna trasgresión ni modo de la personalidad. Dejar de ser lo mismo que se es es dejar paso al animal, a la célula, a la mujer, al varón, a un estado sin agregatura ni código. Una fragilidad, eso es lo que hace secreto al Instituto Benjamenta de Patafísica.

Bienvenida al Instituto Benjamenta de Patafísica

Hace ahora dos años se me ocurrió que sería bueno crear un grupo dentro de otro. El grupo general era el que había en nuestro ámbito de trabajo; el grupo creado se denominó Instituto Benjamenta de Patafísica. Aura, Odradek y yo mismo, Líder Menard, nos pusimos a la tarea de hacer nuestra vida más jubilosa. Jugamos con las palabras y mantuvimos reuniones secretas, aunque siempre en público, para divertirnos. En ese cauce encontramos la posibilidad de abrir nuevos caminos para nuestras emociones, complicidades, etc.

Ahora me doy cuenta de que hicimos lo que hacen normalmente los compañeros de trabajo, crear rumores, compartirlos, dejarse ver como parte de un grupo. La diferencia, y me parece importante, es que el contenido de nuestros mensajes no tenían que ver con casi ningún aspecto -al menos no directamente- de nuestro ambiente de trabajo, familiar, etc. Dejamos que una personalidad inventada nos suplantara y así le dimos un sentido más profundo a nuestra existencia. Pensamos en una red mundial Benjamenta ya instituida y buscamos al líder de cada sección en el país que visitábamos. Pensamos en miembros del Instituto Benjamenta que no hubieran nacido o que ya hubieran muerto y así nos insertamos en el mundo. El tiempo ha pasado y el Instituto parece dormido, latiendo entre nuevas responsabilidades y proyectos.

De aquella alegría guardo una memoria que no me gustaría perder. Abro este cuaderno público para mostrar cómo las palabras sin propósito y sin secreto pueden hacer mejor nuestra vida. Jugar e imaginar, seguir unas reglas inventadas y por eso muy rígidas. Pienso escribir por escribir, ésa fue la consigna según yo la entendí del Instituto Benjamenta, y dejar que en esa perorata vaya desvelándose una verdad que no podrá ser contrastada y, por eso, que no podrá ser vencida, la verdad de dejar que pase el tiempo y otras voces puedan incorporarse para que el tiempo pase.

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